El botiquín de mi casa está colgado en un rincón del aseo, junto a una maceta de plástico. Es de un blanco aséptico, y bajo la cruz roja están las instrucciones escritas en letras negras:

«Si sufre un ataque de amor no correspondido, aplíquese una inyección de indiferencia directa al corazón.

Si sufre una sobredosis de esperanza, tome una píldora de realidad. En casos extremos puede tomar hasta tres píldoras.

Si sufre quemaduras por traición, aplique unas gasas hasta que el resentimiento cicatrice.

Si sufre un corte respiratorio nostálgico, aspire del spray hasta que la memoria quede insensibilizada.

Si cree padecer síntomas de tristeza profunda, cierre este botiquín y consulte a un especialista.»

 Ilustración de un bote de píldoras con el texto “Píldoras de realidad” escrito en la etiqueta.


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