Una de mis obsesiones más tenaces, y estoy segura que la de muchos autores, ha sido siempre la búsqueda del Santo Grial de la conservación y la perdurabilidad de mis escritos.
Si eres como yo y comenzaste a escribir muy joven, seguro que tus manos han dado forma a miles si no a cientos de miles de palabras. Muchas nacieron para que otras personas las pudieran leer, pero una buena parte de ellas tendrían asignadas un destino diferente, como ayudarte a mejorar tus habilidades, o simplemente fijar ideas que quizás algún día retomarías.
Así, tu producción nunca deja de aumentar, y aunque tu persistencia en el trabajo se mantiene invariable a lo largo de los años, no ocurre así con los medios y formatos que empleas.
La diversidad de opciones con la que contamos hoy en día nos permite organizarnos con cada vez mayor libertad y facilita nuestro trabajo en sentidos que los escritores de otras épocas nunca hubieran imaginado. Pero esta libertad es un arma de doble filo. Como todos los escritores del mundo saben, los métodos de producción actuales alimentan una fuerza temible y oscura, un poder oculto e invencible al que me referiré como Agujero Negro de las Palabras.
El Agujero Negro de las Palabras
Como decía, el Agujero Negro de las Palabras es un fenómeno que la mayoría de los escritores hemos experimentado alguna vez a lo largo de nuestras vidas. Con el tiempo, cada uno a nuestra manera hemos adoptado ciertos rituales que nos han ayudado a mantenerlo alejado, pero aunque la mayor parte del tiempo nuestras palabras permanecen a salvo, en el fondo sabemos que el peligro sigue al acecho.
Como cada uno tiene su manera de referirse a las cosas y es posible que todavía no sepas de qué demonios te estoy hablando, he hecho esta lista con algunas situaciones en las que tú mismo has podido sufrir el efecto de esta fuerza oscura:
- cuando has eliminado un archivo por error
- cuando has olvidado guardar el progreso y tu procesador de textos ha decidido petar
- cuando has formateado tu equipo sin hacer una copia de seguridad apropiada
- cuando has olvidado tus archivos en alguna carpeta que se ha perdido en las profundidades de tu ordenador para siempre
- cuando tus archivos simplemente se han corrompido (lo que viene a ser algo así como una combustión espontánea)
- cuando tus anotaciones en papel se han perdido, traspapelado o amarilleado con el paso del tiempo
Si eres un escritor al tanto de los avances de la tecnología, es posible que estés a salvo de muchas de esas situaciones. Sin embargo, ni siquiera «la nube» ha logrado contrarrestar del todo el poder de este omnipresente e insaciable comedor de palabras. Así, nacen nuevas amenazas tales como la posibilidad de olvidar una contraseña o perder una cuenta, acontecimientos inusuales (o no tanto), pero en cualquier caso, devastadores.
Además, si trabajas en la nube es posible que termines enfrentándote a un nuevo inconveniente, que es la diseminación virtual de tu obra. Scrivener, Calibre, Google Drive, WordPress, Evernote: usas entre cinco y diez aplicaciones web, y las palabras se van amontonando en cada una de ellas hasta que llega un punto en el que cualquier posibilidad de reorganización desaparece casi por completo.
Los enemigos de la perdurabilidad
A pesar del tono fatalista que he empleado en lo que llevamos de artículo, calculo que prácticamente el noventa por ciento de todos los textos que he producido en mi vida están accesibles para mí a día de hoy.
Desde luego, es posible que mucho de lo que escribí cuando tenía diez años (o ayer) no tenga ningún valor fuera del mismo momento de su producción. Aún así, al menos quiero tener la posibilidad de acceder a esos documentos para poder decidir si son útiles o no, o simplemente, para revisarlos sin ningún propósito en concreto.
Revisar mi producción pasada me ha permitido rescatar material para artículos o posibles historias cortas, calibrar mi evolución como escritora y ampliar mi repertorio. Creo que cuando reposan lo necesario, las palabras adquieren una consistencia diferente.
Volviendo al hilo principal, si he sido capaz de conservar la mayor parte de mi producción intacta y accesible, solo puedo agradecerlo al hecho de que soy una persona organizada, y a que de algún modo, siempre intuí la importancia y dificultad de preservar las cosas.
Por fortuna, nunca he estado sola en esta lucha, sino que a mi lado están las copias de seguridad y los sistemas de archivado y recuperación, mis grandes aliados en esta particular lucha. A continuación, con la esperanza de que te sirvan de inspiración en tus propias rutinas, te comparto esta lista de las principales fuerzas de las que el Agujero Negro de las Palabras se hace servir, junto con algunas anotaciones en torno a cómo las combato yo.
1. Incompatibilidad
Reconozco que a veces he sido tentada por aplicaciones o programas que prometían facilitar mi trabajo con multitud de funcionalidades que no listaré ahora. Pero he probado tantas y me han parecido tal pérdida de tiempo que me he convertido en una fan incondicional de .word y .txt.
Por supuesto, tu posición no tiene que ser tan extrema como la mía, pero te recomiendo que siempre, antes de probar una nueva aplicación que vayas a usar para generar algún tipo te texto relacionado con tu trabajo, te asegures de que las posibilidades de exportación.
Puede que te guste usar Evernote y que tenga mucho éxito en la actualidad, pero ten en cuenta que hoy en día el mercado de aplicaciones a veces fluctúa de manera inesperada, por lo que es mejor que estés prevenido.
2. Deterioro
Si quieres conservar un documento escrito tienes dos opciones: subirlo a «la nube» o «la red», donde ocupará un espacio muy pequeño y será virtualmente indestructible, o fijarlo en un soporte físico, como papel o un CD.
A menudo me pregunto si una vez tienes varias copias de tus documentos guardadas en tu equipo o en Internet merece la pena conservar copias físicas. Imprimir mis escritos o grabarlos en CDs tiene un coste añadido, ocupa espacio, y además, de entrada ya sé que el soporte resistirá mucho peor el paso del tiempo.
Sin embargo, debo reconocer que no tener mis obras en papel me crea cierto malestar, un pensamiento irracional de que algún día todo lo que no vemos dejará de existir y solo quedará lo que podemos sostener entre nuestras manos.
Pensamientos apocalípticos al margen, creo que tener tu obra en papel (al menos tus trabajos más importantes) y poder releerla en este formato puede resultarte útil para contemplar tu propia producción desde otro punto de vista.
En mi caso también hago copias de mis documentos en CDs cada cierto tiempo a modo preventivo, y aunque reconozco que no los suelo consultar, el coste de tiempo y esfuerzo me sigue pareciendo bajo.
3. Desorganización
Si estudias por encima algún tratado sobre documentación, verás que uno de los mayores problemas que la disciplina tiene que afrontar es el de la recuperación de la información.
Creo que muchas veces nos obsesionamos por captar y clasificar nuestro trabajo, pero sin tener en cuenta que las cosas se guardan con un único propósito: volver a consultarlas algún día.
Cuando escribo un libro, una historia corta o casi cualquier cosa, sobre todo si es un trabajo de cierta envergadura, suelo usar más de un documento. En obras complejas puedo llegar a usar decenas de documentos con diferentes anotaciones y versiones. Desde luego, es posible que tus rutinas de trabajo sean diferentes, pero en cualquier caso te recomiendo que etiquetes adecuadamente todos los archivos o anotaciones que generes.
En el momento en el que estás escribiendo un texto es natural que tengas claros detalles como su propósito, versión y relación con otros documentos. Pero cuando lo guardes y vuelvas a él después de unas horas, unos días o unos años, quizás tu memoria te juegue una mala pasada y ya no seas consciente de la relevancia del documento hasta el punto de que tengas que hacer verdaderos malabares para averiguar los detalles.
Cualquier aplicación informática de hoy en día va a ayudarte con esto. Por ejemplo, Google Drive guarda un detallado registro de revisiones para que veas de un vistazo los cambios que hiciste.
Pero con independencia de lo que haga el software que estoy usando, yo siempre empleo mi propio sistema para etiquetar y clasificar mis documentos. Mi método puede parecerte algo rudimentario, pero a mí me permite averiguar con rapidez lo que me interesa de cada archivo a pesar del tiempo que pase:
- al final del nombre del archivo indico la versión con un número
- en las primeras líneas del documento resumo su contenido
- creo un documento .txt o .doc como «documento maestro», que es algo así como un índice donde indico el nombre de cada documento envuelto en el proyecto y el papel que juega («publicado», «cambios a efectuar», «relacionado con» etc.)
Según el proyecto que tenga entre manos juego con estos tres elementos según me interese. Hasta ahora no he usado ningún otro sistema tan rápido, flexible e inequívoco.
4. Olvido
Cuando hayas establecido tus rutinas para guardar y recuperar tu producción te será más fácil acceder a ella. Recuperarás ideas que habías olvidado en el momento de escribirlas, mejorarás relatos cortos que empezaste cuando todavía te faltaba experiencia, y muchas otras cosas.
En definitiva, podrás sacar provecho de muchas palabras que de otro modo acabarían olvidadas o perdidas para siempre.
¿Cómo te organizas tú?
Para mí, la clave está en la sistematización. Cada mes me reservo una hora para mirar hacia atrás, organizar lo escrito en las últimas semanas y hacer las copias de seguridad necesarias.
Organizar y convertir de un formato a otro documentos no es la parte más excitante del trabajo de un escritor. Pero cuanto antes tengas claro cómo afrontarás a lo largo de los años esta particular lucha por la perdurabilidad, mayor partido sacarás a tu legado y más seguro estará tu trabajo.
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