Estos días he estado fijándome en lo que sucede por las mañanas en el metro, en concreto, en las zonas de trasbordo. No importa el día que sea; no importa que la gente con la que me cruzo sea diferente: todo a mi alrededor permanece inmutable de una vez para otra, como si después de salir yo de allí, el tiempo dejara de correr hasta la mañana siguiente.
Así, igual que las otras personas, cada día formo parte de un ritual. Meter tarjeta, caminar a paso firme, evitar miradas, subir al vagón, sacar dispositivo electrónico, leer o mirar dispositivo electrónico. No hay otra posibilidad, y si la hay, no la busco. Digamos que, como todo el mundo, asumo que mientras voy en metro, no puede pasar nada.
¿Y cómo se pone esta chica tan en plan existencial?, os preguntaréis. Pues creo que al hacer estas observaciones estaba poniéndome sin darme cuenta en la piel del protagonista del libro que estaba leyendo, que se dedica a estudiar a los demás en lugares donde en principio hay poco que observar.
¿Qué es un no-lugar?
Porque… ¿qué tipo de lugares son estos? Llevaba unos días intentando recordar el concepto, y al fin me ha venido a la memoria. Lo oí de un profesor hace unos años cuando nos explicaba la obra del pintor Edward Hopper, aunque no sabía si era una forma de hablar suya o una noción específica.
El término «no-lugar» fue acuñado por Marc Augé, un antropólogo francés que en sus obras habla de estos sitios de la vida cotidiana que en realidad no son lugares, porque en ellos no sucede nada salvo el tránsito de individuos que ni se relacionan ni viven experiencias.
Seguro que ya se te ocurre algún ejemplo, pero por si acaso, aquí tienes algunas pistas más:
- Pasar por un no-lugar suele ser un «trámite» para hacer otra cosa, y por lo tanto, suele ser obligado y no deseado.
- Normalmente necesitamos identificarnos o contar con un pase de algún tipo para acceder a ellos.
- Los «no-lugares» suelen tener estructuras y diseños funcionales.
- En ellos, la relación con los otros individuos es «artificial».
- Nos sirven, por ejemplo, para pasar de un sitio a otro, esperar, o abastecernos.
Cuando pasan cosas en los no-lugares
Por supuesto, el concepto ha atraído a muchos novelistas o artistas en general, y conozco al menos dos ejemplos en los que se ha tomado como contexto, o para darle un giro (por otra parte algo previsible): «en los no-lugares sí pasan cosas», o «podemos elevar los no-lugares a la categoría de lugares».
Mi primer ejemplo es el citado Edward Hopper, que ambientaba sus pinturas en hoteles, gasolineras, restaurantes y carreteras en los que reina una atmósfera contemplativa y a menudo melancólica. Pero las imágenes creadas por este pintor no son ni mucho menos estáticas, sino que suelen capturar en un instante el detonante de una historia que se completa en la imaginación del lector. Mira por ejemplo este cuadro:
El otro ejemplo en el que puedo pensar es el libro antes mencionado: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo de Haruki Murakami.
No ha sido hasta el final que me he dado cuenta de que algunos acontecimientos importantes para el protagonista tienen lugar en lugares como la habitación de un hotel, salas de espera, estaciones de metro, o plazas anónimas.
Aunque estas localizaciones puedan ser poco trascendentales para el resto de seres humanos, el personaje acude a ellos voluntariamente para hacer cosas inesperadas, o simplemente no haciendo nada, negando así su función original.
Subvirtiendo localizaciones
Si quieres ver las cosas como los demás, haz con ellas lo que se supone que tienes que hacer. Si quieres adoptar una perspectiva diferente, haz lo que no se espera que hagas.
Igual no está entre tus prioridades revolucionar el uso de las estaciones de metro. Pero a lo mejor sí quieres que lo que escribes cause una impresión especial en tus lectores. Si estás buscando una idea diferente para tu próxima obra o artículo, puedes empezar no dando las cosas por sentado en lo referente a aspectos como las localizaciones.
La próxima vez que veas una estación de metro, piensa en ella como en una cosa diferente.
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