Los haters que aterricen en este post van a estar encantados de leer esto, pero lo reconozco: no sé escribir. A mano. O al menos no muy bien.
Con un teclado, la cosa es diferente.
Creo que de niña llegué a escribir alguna historia a mano, pero en seguida aprendí a usar una máquina de escribir (aunque ya eran bastante viejunas en la época), y luego, en seguida, tuve mi primer ordenador.
Desde entonces he escrito miles y miles (o quién sabe si ciento de miles, o incluso algún milloncejo) de palabras: cuando todavía era muy joven y escribía por amor al arte; luego en la universidad; y actualmente, que escribo para publicar aquí, o en el trabajo.
Con todo esto, he terminado dando forma un método de escritura con el que estoy muy satisfecha, pero que supongo que como el de cualquier otra persona, está repleto de defectos.
Cuando ya no te acuerdas ni de cómo sujetar un bolígrafo
El otro día, mientras escribía una redacción en un examen de inglés, mis vicios adquiridos salieron a relucir.
Por supuesto, durante el examen tenía que escribir a mano, no podía usar diccionario, y había un máximo de tiempo, limitaciones que hicieron que el resultado fuera bastante peor de lo que hubiera sido de haber contado con un teclado y un procesador de textos.
¿Qué demuestra esto? ¿Se me está atrofiando el cerebro? ¿Soy víctima de algún nuevo tipo de analfabetismo? ¿Qué dicen los estudios de turno? Y lo más importante: ¿me importa?
Porque para mí, escribir a mano es más bien un inconveniente, mientras que hacerlo con un teclado supone jugosas ventajas:
1. Me permite capturar el flujo de mis pensamientos
Cuando estoy pensando en el desarrollo de una historia, es muy importante para mí que todo quede registrado. Cada trama está formada por cientos de detalles. Algunos son importantes, otros accesorios, pero todos son como tienen que ser y están donde tiene que estar.
Cuando doy con la idea adecuada, con la palabra precisa, quiero capturarla rápido, o de lo contrario, se escurrirá de entre mis dedos y quizás no vuelva a dar con ella jamás.
Debo de ser muy torpe, pero para mí, escribir a mano es un proceso demasiado lento. Nada me permite capturar mis ideas con tanta rapidez como un teclado.
2. La atención que no empleo en el acto de escribir la empleo en lo que de verdad me importa
Si mis ideas van más rápido que mi habilidad para plasmarlas por escrito, la escritura se convierte en un obstáculo. Para mí, lo importante de verdad, aquello a lo que quiero dedicar mi atención, es a lo que escribo.
3. Editar es más fácil
Creo que la parte más difícil de escribir un libro es la edición, entendiéndose esta como el conjunto de revisiones mediante las que se modifican las partes del escrito con tal de obtener la mejor coherencia y el mejor ritmo narrativo posible.
Aunque me sirvo de copias impresas para hacer correcciones (sobre todo las finales, de tipo ortográfico), a la hora de editar un texto extenso, me gusta que los cambios se reflejen de manera directa, y que el manuscrito con el que trabajo sea un documento limpio y ordenado.
Es verdad que las notas manuscritas pueden ofrecer una guía visual de la historia del documento, que permiten llevar un registro del proceso, y por ejemplo, «corregir correcciones» que en su día nos parecieron adecuadas.
En cambio, al presionar la tecla suprimir, uno comete un crimen que no deja huella. Si luego quieres recuperar un cambio, o incluso recordar que hiciste un cambio, lamentarás haber sido tan despiadado.
Por supuesto, esto se puede salvar haciendo copias de seguridad, aunque si no eres muy organizado, este sistema puede sumirte en el caos. Menos mal que estamos todos muy avanzados y ahora hay aplicaciones que cumplen la función de manera automática.
Por ejemplo, Google Drive guarda duplicados del documento de trabajo indicando los cambios aplicados cada cierto tiempo. Si haces un cambio y luego te arrepientes, o si quieres navegar entre revisiones para ver lo que cambiaste, puedes restaurar la versión en un solo click.
Si no usas Google Drive, seguro que tu editor de texto correspondiente permite una solución similar.
En resumen, llámame poco romántica, pero para mí esta es la viva imagen de un infierno en vida:
4. Me permite corregir errores ortográficos y ampliar la variedad léxica con facilidad
De nuevo, los haters que siempre están ahí para comunicarme que no sé escribir y que lo que hago no vale de nada, van a estar encantados con esto.
Cuando estoy escribiendo el primer borrador, no presto tanta atención a la forma como al contenido, pero en las ediciones finales me resulta muy útil contar con un editor de texto que me ayude a detectar faltas de ortografía y a buscar sinónimos para hacer el texto más legible.
¿Significa esto que soy una noob y que no tengo ni idea? Quizás. Pero la cuestión que a mí me resulta más interesante es: ¿lo harán también los escritores reconocidos? ¿Usarían Cervantes o Shakespeare diccionarios y guías de consulta?
5. Copiar y pegar (no en el sentido de «plagiar») es útil
Vivimos en un mundo lleno de dispositivos, formatos, canales y soportes, y yo quiero hacer accesible lo que escribo y que mi producción esté organizada.
Si escribes una palabra en papel, quedará ahí para siempre. Si la escribes con tu editor de texto, podrás integrarla en diferentes composiciones según te parezca.
Conclusión
Yo todavía viví algunos años previos a la actual revolución tecnológica, así que no tengo la mano atrofiada del todo, ¿pero qué pasa con los niños de hoy en día? ¿Escriben a mano en absoluto? ¿Les pasará algo en el cerebro? ¿Serán más tontos que los niños anteriores?
No sé si existe alguna repercusión negativa relacionada con el abandono de la escritura analógica a favor de la digital. Sin embargo, a veces me da la impresión de que si alguien dice en una entrevista o en algún sitio que escribe a mano, el público tiende a catalogarle como un escritor de lo auténtico, mientras que si escribes a máquina y te recreas un poco más de la cuenta desarrollando el tema, pasas a personificar la decadencia de la era moderna.
En cualquier caso, supongo que al final es todo cuestión de los hábitos de cada persona. Si me preguntas a mí, escribir con un procesador de textos me permite disfrutar más y hacer mejor mi trabajo.
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