Para mí, escribir consiste en lo siguiente.
Empiezo con un hilo.
Un hilo en sí no es nada interesante. Es un objeto banal, cuyas posibles peculiaridades se agotan con solo echarle un vistazo.
Nadie quiere un hilo. Un hilo no es interesante. Y mucho menos mi hilo.
Pero quizás, si lo enrollo con cierta gracia y lo alcanzo a otra persona, esta sentirá el impulso de tirar de él y luego de seguir tirando de él hasta que quede desenredado.
Con esta idea en la cabeza, me pongo manos a la obra.
Pero antes de levantar la aguja, me digo, más me vale dar las vueltas con cuidado, planeando con antelación cómo lo voy a hacer, porque si no tengo cuidado, se me va a liar todo. O si se me va a liar todo, al menos quiero saberlo a tiempo para poder rectificar. Porque si me doy cuenta cuando la madeja ya está grande, el lío será mucho más difícil de arreglar, o hasta imposible.
Así, sabedora de las exigencias de la tarea, me pongo en el lugar de la otra persona y lo preparo todo para que, cuando tire del hilo, la madeja se despliegue con suavidad, como si fuera de seda, para que disfrute el proceso, pero también para que ansíe cada vez más verlo todo resuelto, y sobre todo, para que se sienta parte de esa resolución.
A partir de ahora, durante el tiempo que me tome el proceso de liar, tanto si es una semana como un año, en mi cabeza reproduciré una y otra vez lo siguiente: tirar del hilo para desenmarañar la trama, volver a enrollarla, desenmarañar, enmarañar, desenmarañar, enmarañar.
Dos veces; tres; quince; un millar. No hay vuelta que dé al ovillo sin que luego me dedique a deshacer y a volver a hacer en mi memoria, con tal de detectar taras.
Y si me encuentro con un nudo, con una aspereza, o incluso con que el hilo se ha roto, me alegraré porque esa imperfección estaba ahí y yo la he encontrado.
¿Pero qué hacer a continuación? Un cabo suelto podría parecer algo fortuito y carente de importancia, pero la verdad es que puede poner en peligro el equilibrio de todo el trabajo hecho hasta el momento.
Porque además, hay que reconocer que la persona que luego tirará del hilo tiene una intuición inaguantable que indicará dónde están los defectos al instante. No importa lo pequeños que sean; a la más mínima imperfección, se olvidarán de lo bien enrollada que la madeja estuvo hasta ese punto; de la mucha satisfacción que le supuso su tacto delicado; y a partir de ahora seguirán desenrollando a tirones y deshaciéndose en bostezos. Eso suponiendo que sigan interesados en llegar hasta el final.
¿Dónde demonios se ha enseñado este tipo? ¿Es que ha hecho un maldito curso de nudos o qué?
Es lo que hay.
Al final una se hace a la idea y empieza a desarrollar sus habilidades también en el arte de reparar y ocultar nudos. Y en seguida se da cuenta de que, después de todo, es una parte bastante entretenida de la labor. Casi tanto como un juego.
También aprendes que a veces, si le das cierta forma al apaño, el que tira del hilo puede llegar a pasar la tara por alto sin mayores consecuencias, a veces mirándola con indiferencia, otras con condescendencia, y otras, si has estado inspirado, hasta con simpatías.
En resumen, lo que no hay que hacer nunca es encontrarse con uno nudo en la madeja y dejarlo ahí como si nada, confiando en que nadie más lo notará.
Por último, en este curso acelerado de liado de tramas, queda por indicar que queda siempre a elección del enmarañador el nivel de enmarañamiento de la trama. Lo que quiere decir que unas veces la trama estará más liada, y otras, la persona que tire del hilo apenas sí encontrará resistencias en el desarrollo de su pasatiempo.
En ambos casos el resultado final puede ser atractivo y satisfactorio, solo que en el primero, es decir, aquel en el que el hilo da más vueltas de maneras más imprevisibles, los que ideamos las tramas lo tenemos más complicado para acercarnos a esa ilusión de perfección que buscamos alcanzar.
Aquí, como en tantas otras cosas de la vida, es cuestión de gustos.
Y llegados a este punto, hay que ver lo lejos que quedaron los días en los que tan solo tenía entre mis dedos un hilo aburrido del que nadie quería saber nada. Esto es otra cosa. Un buen ovillo, esponjoso y turgente que ahora puedo levantar con orgullo, ofrecerlo a otra persona, respirar hondo, y esperar que todo vaya como la seda.
Deja un comentario