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La verdad es que a la hora de poner nombre a mis personajes, siempre me he guiado por mi intuición más que por otra cosa. No he leído lecciones sobre el tema ni he seguido recomendaciones ajenas, pero me da que esta es una cuestión en la que cada maestrillo tiene su librillo.

Buscando ideas para el post de esta semana, me pregunté si había alguna pauta más o menos consciente que sigo de manera sistemática a la hora de bautizar a mis personajes. Aunque pienso que el naming de personajes no es un proceso ni mucho menos mecánico, sino más bien espontáneo, creo que esta lista basada en mi experiencia como autora y como lectora, te puede servir como guía práctica para obtener ideas o contrastar tus propios métodos.

1. Los nombres deben ser adecuados a tu historia

Más de lo mismo, pero creo que es importante.

Para mí que los nombres de los personajes de una misma historia deben formar un todo coherente y cohesionado en el que cada nombre se vea justificado a sí mismo. Y no solo hablo de coherencia en cuanto al idioma o a las connotaciones culturales que lleven asociados. Hablo de su sonoridad, de su consistencia. Bueno, en realidad no sé de qué hablo, pero sé que está ahí, y que es único en cada historia.

Que un conjunto de nombres sea apropiado dependerá de factores específicos a la novela o relato en cuestión, como el género o el tono (literal o irónico, por ejemplo). Por supuesto, eso significa que muchas veces lo que sea apropiado en un caso puede no serlo en otro, y por cierto, ahora que lo pienso, también invalida este artículo que estás leyendo, que se basa en mis métodos personales.

En fin, a ver si se me ocurre algún ejemplo.

Pues mira, en Ensayo sobre la ceguera, Saramago se refiere a sus personajes con epítetos como “la mujer”, “el ciego”, “el niño”, “el viejo”, etcétera. Ni siquiera cuando el punto de vista está en “la mujer”, llegamos a saber su nombre propio. El hecho de que este método se utilice de manera consistente es de algún modo significativo en sí mismo, ¿no te parece?

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Prueba de comprensión lectora. Según lo que has leído hasta ahora, ¿cuál de los siguientes listados sería el más apropiado?

2.Tiene que haber cierto sentido de arbitrariedad

La verdad es que siempre doy mucha importancia a la verosimilitud en ficción, tanto cuando la leo como cuando la escribo. Por eso creo que a la hora de poner nombres a personajes, a veces tenemos que contenernos y respetar los límites de lo creíble.

Quiero decir, igual te sientes tentado de apellidar “Black” a un tío que resulta que es un poco malote, o “Clara” a una chica que es muy blanquita de cara y muy rubita. Hombre, hasta en la vida real podría darse el caso, pero bueno, antes de decidirte piensa que los padres bautizan a los hijos antes de saber cómo será su personalidad.

Si al final te la juegas, asegúrate de que la elección se justifique de algún modo en el marco de la narración, y que el lector encuentre la justificación aceptable. Si no, también puedes convertirlo en apodo, destacar la ironía detrás de la coincidencia, o incluso, por qué no, no hacer nada de lo que estoy diciendo.

Por cierto, en relación a esto, ¿qué te parece esta primera frase de una historia de mi propia cosecha?

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3. Si el nombre es demasiado largo o inusual, distrae

Durante un tiempo estuve obsesionada con el nombre “Alexander”. Llamé Alexander a por lo menos tres personajes relevantes de tres historias diferentes, incluyendo al protagonista de La máquina de soñar.

Esta es una novela basada en la exploración constante de la psicología del protagonista, y como apenas aparecen otros personajes, casi todo el rato tengo me refiero a Alexander como protagonista de la acción. Alexander dice, Alexander sube, Alexander baja, Alexander duerme. Que si Alexander esto, que si Alexander lo otro. Alexander, Alexander, Alexander. Si ya has aborrecido el nombre, imagínate después de un par de horas de lectura.

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Salvo que vayas a escribir una novela sobre Pokémon, mejor que los nombres sean legibles.

Cuando escribí el primer borrador de La máquina de soñar no había publicado nada todavía, y lo último que me pasaba por la cabeza era lo susceptible que pudiera sentirse un hipotético lector con respecto a la sonoridad de los nombres de mis personajes.

Algo más tarde, cuando retomé el proyecto con más perspectiva, me di cuenta de que la repetición continua de un nombre propio tan inusual para un hablante de habla hispana podría llegar a interferir en la lectura. Estaba bien que el nombre fuera original y memorable, pero no que llamara la atención sobre sí mismo de manera constante.

Como aún así me resistí a cambiar el nombre, decidí disminuir el posible efecto cacofónico en la medida de lo posible mediante una especie de “purga”.

Lo que hice fue:

  • Eliminar los “Alexander” que no fueran primordiales.
  • Sustituir el nombre propio por un pronombre personal o por un sustantivo siempre que fuera posible.
  • Reescribir o puntuar algunas frases de modo que quedara suficiente separación entre menciones como para evitar la sensación de reiteración.

También en algunas partes me resultó útil señalar la palabra con un subrayador fosforescente para detectar repeticiones excesivas de un vistazo.

Con estos ajustes creo que conseguí neutralizar el efecto cacofónico que planeaba sobre el escrito, y aprendí a estar más atenta a este tipo de detalles relacionados con la experiencia del lector.

4. Si un nombre propio tiene connotaciones claras asociadas, estas pueden interferir en la lectura de tu personaje

¿Estás seguro de que quieres llamar a tu personaje Madonna? A no ser que la elección se justifique en el marco de la narración, o que precisamente estés planeando alguna jugada con los significados atribuidos al nombre, es mejor que elijas otro, o el lector se quedará con la impresión de que algo no cuadra.

Se me ocurre que podría ser un experimento divertido preguntar a amigos o familiares qué ideas o palabras les evocan los nombres de los personajes de tu siguiente historia*. Si diferentes personas responden con conceptos muy similares, quizás deberías tenerlo en cuenta para contrarrestar prejuicios o para aclarar ciertos rasgos del personaje pronto en la narración. O también puedes querer ignorarlo por completo, claro, tampoco hay por qué ponerse en plan freudiano.

Por cierto, me viene a la memoria un caso célebre en el que pasó justo lo contrario. Resulta que J.K. Rowling le puso a Hermione Granger el nombre de “Hermione” porque era muy inusual en la vida real, y quería reducir al máximo el número de niñas a las que probablemente tomarían el pelo por llamarse igual que la empollona de Harry Potter. Irónicamente, a raíz del éxito de la serie, muchos padres empezaron a poner el nombre a sus hijas:

5. Si el nombre es demasiado común, el lector no lo recordará

¿Cómo se llama el protagonista de la última película que viste? ¿Y de las últimas diez? Yo me acuerdo de uno, y solo porque era también el título de la película.

Con los libros igual no pasa tanto, pero pasa. La cuestión es: ¿me importa? La verdad, yo creo que no, pero no sé por qué, me da la impresión de que cuando recuerdas el nombre de un personaje, es más probable que te acuerdes del personaje en sí, de la obra, de lo que te influyó de la lectura. O quizás es al revés, y recordamos el nombre de un personaje porque la historia nos influyó. En fin, como siempre, me limito a divagar.

En cualquier caso, sí creo que en algunos casos específicos puede convenir procurar un nombre memorable. Por ejemplo, cuando se trata de una serie o saga, o cuando es una obra muy centrada en un personaje protagonista, en cuyo caso un nombre sugerente puede hacer que el personaje parezca más atractivo —que es precisamente lo que busca el naming entendido como disciplina del marketing. Al fin y al cabo, si recuerdas el nombre de alguien, ¿no estarás de algún modo más inclinado a hablar sobre él?

6. En la medida de lo posible, conviene evitar que el lector se arme un pifostio mental

Vale que no soy la lectora más ágil del mundo, pero no recuerdo tener un cacao mental de nombres como cuando leí 100 años de soledad.

Tenemos nada más y nada menos que siete generaciones de una familia en la que todo el mundo se llama Aureliano, Arcadio, Jose Arcadio, Arcadio II y similares, y es así durante cientos de páginas donde se hace referencia constante a las relaciones entre familiares de diferentes épocas.

Menos mal que más o menos pronto me di cuenta de por dónde iban los tiros, y tomé la iniciativa de montar un árbol genealógico como este que hay en Wikipedia. Conforme el libro avanzaba, yo iba ramificando el árbol y tomando notas para identificar a cada personaje, y así logré enterarme de todo.

Fuente: Wikipedia.
Fuente: Wikipedia (clic para ampliar).

Evidentemente, la obra es un clásico reconocido tal y como está escrito, y Gabriel García Márquez tendría sus razones para poner esos nombres a sus personajes, pero la verdad es que a mí, como lectora, me llegó a suponer una distracción de la lectura.

Moraleja: tus lectores no tendrán tan interiorizados como tú los nombres e identidades de tus personajes, y para aprenderlos irán improvisando reglas mnemotécnicas y reteniendo las caracterizaciones que vayas modelando de cada uno.

Tenlo en cuenta (si quieres), y al menos procura reducir al máximo el riesgo de generar pifostios mentales.

7. Los nombres propios suelen sugerir una procedencia

A pesar de que nunca sitúo mis historias en zonas geográficas reales, tengo una indiscutible tendencia a asignar a mis personajes nombres de sonoridad anglosajona.

Durante mucho tiempo lo hice de manera automática, sin reparar en ello, hasta que a alguien le debió de parecer raro y me preguntó que ya que es escribía en español, por qué los personajes no tenían nombres típicos de la esa misma lengua.

Por alguna razón, tengo prejuicios contra los nombres propios españoles en ficción, tanto cuando los escribo como cuando los leo. Creo que tiene que ver con el hecho de que los libros y los cómics que leí en mi niñez y adolescencia, que es cuando los libros más me han influido, casi siempre eran obras en inglés o de origen anglosajón.

Tampoco sé en qué medida esto explica o justifica mis prejuicios, pero es algo que hago sin pensar mucho. Simplemente, cuando tengo que elegir, los nombres extranjeros me suenan mejor.

Pero a lo quería llegar es a que cuando eliges nombres para tus personajes, lo quieras o no estarás señalando, de manera más o menos directa, hacia una procedencia geográfica o cultural del mundo real. Por otra parte, cuando el lector lee un nombre nuevo, y sobre todo si todavía no se ha especificado ninguna procedencia en la narración, intentará situarlo en un mapa (o esa es mi teoría). Creo que conviene ser consciente de este tipo de cosas para asegurarnos de que lo que se interpreta de nuestra narración corresponde a lo que nosotros queremos comunicar.

Luego también está la opción de inventar los nombres propios de modo que el lector no llegará a asociarlos con ninguna procedencia en concreto.

Creo que si este recurso se emplea en casos en los que es apropiado al género y al tono de la historia, el resultado puede ser muy interesante. Estoy pensando en The Stranger, de Max Frei. En este libro, el anodino nombre del protagonista humano, Max, contrasta con los singulares nombres de los habitantes del mundo de Echo, tales como Lonli-Lokli, Maba Kalox, Melamori, o Juffin.

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Bendito el día en que me topé con esta obra en una librería.

El mundo de Echo ya es bastante único de por sí, pero el hecho de que los nombres propios tengan personalidad y que al mismo tiempo no lleguen a evocarme ninguna procedencia específica del mundo real, en mi opinión añaden autenticidad al universo del libro.

Además, para mí este es un caso atípico porque realmente me gusta leer los nombres de los personajes, paladear su sonoridad aunque sea solo en mi cabeza. Evidentemente esto hace que me resulten más memorables. ¿Quién en su sano juicio olvidaría un nombre como el de Melamori?

En resumen, cuando eliges un nombre para tus personajes, lo quieras o no estarás vinculándolos con una procedencia, o si no, ya se la atribuirán los lectores.

Por cierto, una buena manera de asignar nombres creíbles a los personajes es usando un generador automático de nombres. Yo uso Behind de Name Generator, donde marco las casillas si quiero que el nombre sugiera alguna procedencia específica, y luego genero un par de nombres hasta que aparece uno que me satisface.

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Random Name Generator es la pila bautismal de muchos de mis personajes.

Conclusión

Si yo fuera tú, no me haría ni caso (a mí, digo, no a ti). Seguro que tú tienes tu propio método, que es el mejor posible para elegir los nombres de los personajes de tus propias historias. El mío es el mejor que tengo para elegir los de los míos. 😛

Pero bueno, espero que te haya gustado el artículo, y que te lances a compartir tus métodos en la sección de comentarios de abajo.

¡Hasta la semana que viene!


(*Oye, ya que estás, ¿me dices qué te evoca “Frederich”?)

https://www.youtube.com/@EscritoraEnProgreso

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