La historia ha estado dando vueltas en mi cabeza desde hace varios años. Tenía una idea muy clara de lo que quería transmitir y del sentido del humor que quería plasmar, pero de algún modo, nunca pude dedicar suficientes y sostenidas energías al proyecto como para diseñar una historia con un desarrollo brillante y un desenlace a la altura del planteamiento.

Hace un mes o así, el gusanillo me picó con especial intensidad, y aunque todavía pienso que la historia podría haberse beneficiado de mayor iteración, creo que tomé la decisión correcta aprovechando la energía para, por fin, finiquitar el proyecto.

También encontré la inspiración suficiente como para desarrollar las ilustraciones, que quizás tengan una pinta algo áspera, pero me han permitido disfrutar del ejercicio de traducir el humor de la historia al lenguaje visual.

Al final, acepto de buena gana el resultado final. Una historia algo desfragmentada y absurda, con un final quizás más subrepticio de lo aceptable, pero en la que he logrado, por fin, llevar a Kerry Foster a Irlanda, un destino que siempre anticipé para él. También he tratado temas que tenía en el tintero, como la nostalgia, y el «volver a casa», que se encuentran muy presentes en mi vida en la actualidad, y que con suerte, también otras personas encontrarán interesantes.

O quizás esta historia no es otra cosa que un producto de mi absurda motivación por describir, en todo hilarante, mi experiencia con el sistema de transporte público de Dublín, ciudad en la pasé tres semanas, y que se ha situado en mi memoria como el ejemplo ideal de hogar que se tuvo que abandonar y al que se anticipa volver.


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